Una pequeña historia de amor...
Un Amor de Verano
Primera Parte
"El amor es todo aquello que dura el tiempo exacto para que sea inolvidable"
Amado Nervo
Sentada frente aquél lugar, este tan solo fue un verano más… ya pasaron diez años, pero tu recuerdo está intacto… Nunca debimos alejarnos, pero nuestros destinos así lo eligieron, más que destinos, nuestros padres así lo pactaron… Muy pequeños para “el amor”, esa frase aún hace eco en mi cabeza. Necesito escuchar tu voz, háblame al oído como aquella noche de verano en que no tardamos en amarnos.
Todo comenzó sin siquiera pensarlo, y terminó… no, aún no terminó. El fin a nuestra historia nunca lo quisimos… aún así, sentada frente aquél lugar, en compañía de mi marido estoy, otro verano pasa sin vos. Intento desesperadamente olvidarte, entregarle a él todo mi amor, pero no puedo…
Recuerdo aquél día en que te conocí, como si fuera ayer, cada palabra, cada detalle, todo comenzó así…
Vacaciones en familia, cada verano, ya parecía rutina. La playa, el sol, atardecer en el infinito… esos días fueron diferentes, y esas noche imborrables.
Desganada llegué a aquella cabaña, mi madre disgustada, mi padre enojado, en plena adolescencia yo sólo quería estar con mis amigas… me aterraba la idea de salir en familia, mis hermanas ya casadas, habían desistido, sólo estaba yo, para compartir estos días, para ellos de descanso, para mí de aburrimiento eterno. Pero no tenía salida, no me dieron opción. Yo solía respetar mucho sus decisiones, no podía ponerme en contra, después de todo, dieron la vida por mí, no debía ser desagradecida.
A las mañanas sólo dormía, por las tardes íbamos a merendar al mar. Sentada de frente al sol, buscaba un tono de piel moreno, que hacía resaltar mis ojos. Al anochecer no faltaba la vuelta al centro, luces, el helado de postre y un sinfín de artesanos por recorrer.
Cada día parecía eterno, hasta que te vi, y todo cambió. Sin conocernos intercambiábamos miradas, tenías algo que te hacía especial. Será el brillo en tus ojos, o esa sonrisa la que tanto me encantaba, la forma en que inocentemente jugabas con tu hermanito pequeño, dispersando una ola de ternura, no lo sé, pero mis días se tornaron diferentes, se podría decir interesantes.
Mis mañanas ya tenían sentido: luego de despertar, salía afuera para verte, aunque sea, pasar.
Segunda Parte
"Qué buen insomnio si me desvelo sobre tu cuerpo."
Mario Benedetti
Luego de tres días, te acercaste, me miraste fijo a los ojos y tan sólo un “hola” pronunciaste. Dos adolescentes, sin nada que perder, y dispuestos a todo ganar. Interminables charlas, me hiciste entre tus brazos ver el mundo diferente, sentía que te conocía desde siempre.
De forma inocente un beso pretendiste, haciéndome rogar yo me eché para atrás. Ambos sabíamos que era todo demasiado pronto, aún así moríamos de deseo por un beso eterno. Esa noche la razón me abandonó, me dejé llevar por la ilusión, sentí como tus suaves labios me hacían volar, por aquel cielo regado de brillantes estrellas. El momento era tan perfecto, que parecía un sueño. ¿Por qué? ¿Por qué no me escribiste, por qué no me buscaste?
Los días fueron pasando, el tiempo se detenía cuando caminábamos de la mano a orillas del mar, donde el sol se escondía en un atardecer que se hacía infinito. Tu sombra en la arena se complementaba con la mía formando sólo una.
Tus manos en mi mejilla eran una perfecta sinfonía, sentir tus dedos enlazados en mi cabello era tan relajante, que me llevaba a otro mundo. Tenías una forma tan tierna de hablarme, que hacía que me olvidara de todo a mi alrededor.
Cada día era inigualable, todo a tu lado cobraba sentido. Me reflejaba en tu mirada, el brillo de mis ojos me delataba… Dos corazones latiendo al mismo tiempo…
Nos encontramos a orillas del mar, nos habíamos escapado por la ventana, haciendo el mínimo ruido posible. En la oscuridad de aquella noche de verano nos juramos amor eterno, me prometiste que me buscarías, así sea lo último que fueras a hacer.
En la tranquilidad de aquél lugar, apenas con el ruido de las olas viajeras, me tomaste de las mejillas, besándome apasionadamente. Tus besos se encontraron con mi cuello, y recostada sobre la arena nos amamos con locura. Conociendo cada centímetro de tu cuerpo, sintiendo vibrar mi piel, esa noche fuimos solo uno, una entrega total. Recorriste cada sitio haciéndome estallar de placer… quise detener el tiempo cuando me estrechabas entre tus brazos, hacer eterno el momento de amarnos.
Me prometiste que por mí volverías, y cuántas mentiras y promesas que nunca cumplirías.
Sin darnos cuenta del tiempo, nuestros padres nos sorprendieron esperando el amanecer, abrazados, escuchándote susurrar las palabras más tiernas. Ofuscada de dolor, no recuerdo las palabras exactas que nos dijeron, sólo vi los golpes en tu cuerpo, yo solo pedía a gritos que te dejara en paz; sin darme cuenta la mano marcada en mi mejilla. Entre lágrimas te pedí que corrieras, tu padre estaba enceguecido de enojo. Una situación que mejor es olvidar, ellos jamás comprenderían cuanto nos llegamos a amar.
Esa tarde te vi dentro del auto, con las valijas ya hechas, estabas dispuesto a partir… tus lágrimas caían al mismo tiempo que las mías, y escribiste sobre el vidrio “Te buscaré, Te Amo”, y escribí sobre mi corazón tu nombre, para nunca borrarlo. Tenías mi dirección, ¿por qué aún no me haz buscado? No existía nadie como tú, totalmente excepcional, adorable, eras sin duda lo que nunca había buscado, simplemente porque pensé que nunca lo encontraría.
Tercera Parte
"Cuando el tiempo pase y tu me olvides, silencioso vivirás en mí; porque en la penumbra de mis pensamientos, todos los recuerdos me hablarán de tí."
Llorando a solas en mi cuarto, esperando saber algo de vos los días fueron pasando, me era difícil el intentar olvidarte, pero aún más difícil era dejar de amarte.
El tiempo pasó, y junto a el mis sentimientos, seguías estando en mi mente, pero tenía que continuar sin ti.
Terminé el secundario en aquél prestigioso colegio… Comencé la Universidad en la carrera que a mis padres haría orgullosos, sería una “excelente contadora” repetían una y otra vez.
En una de mis clases conocí a Richard, joven apuesto, apenas más alto que yo, cabello oscuro, ojos verdes. Sin duda el más atractivo para todas.
El pasaba horas mirándome a los ojos, y sin siquiera pensarlo ya estábamos saliendo, el era demasiado perfecto. Siempre tan atento y educado, se ganó la confianza de mis padres y sin duda la mía. Se esforzaba tanto por hacerme feliz, no podía pedir más nada… Lo empezaba a querer, mas mi corazón no estallaba en mil latidos a su lado como lo hacía contigo… Pero fue demasiado grande el empeño de olvidarte que acepte un gran compromiso: me casaría con él, intentando amarlo como alguna vez a ti te amé.
Y mientras recuerdo cada detalle de nuestra historia que llena de nostalgia cada rincón de mi cuerpo, el está detrás de mi, con sus manos en mi cintura, frente aquél lugar donde nos amamos sin medida.
Lo intenté… juro que lo intenté… pero no puedo devolverle todo el amor que me da sin condición… lo intenté pero de mi corazón tu nombre nunca escapó.
No puedo evitar sentirme destruida, a quien quiero engañar, no te pude olvidar. Ojala Richard algún día me pueda perdonar.
Jack, Jack, Jack, te sigo esperando por siempre, mi alma te reclama, mi cuerpo te extraña, mis suspiros te pronuncian y mi corazón resquebrajado en mil pedazos te necesita. Mi vida sin ti perdió sentido, y por vos estoy perdiendo la razón.
Cuarta Parte
"El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan... demasiado rápido para aquellos que temen.... demasiado largo para aquellos que sufren.... demasiado corto para aquellos que celebran... pero para aquellos que aman, el tiempo es eterno".
Henry Van Dyke
Mis vacaciones han concluido, volví a la ciudad, a la gran capital, no extrañaba en absoluto este lugar: la gente corriendo a ciegas, como si el mundo se fuera a acabar, me esperaba esa oficina tan fría y vacía, nada ya tenia sentido; me costaba fingir felicidad, dibujar sonrisas en mi rostro, y decir “te amo”, era sólo por rutina. Tenía una daga que quemaba mi pecho, me sentía realmente infeliz, y destrozada. “Richard no se merece esto”, no dejaba de repetirme.
Al poco tiempo después de acomodar las enormes valijas, sinónimo de unas vacaciones largas, regresé al trabajo, ese parecía ser tan sólo un día más, no sabía lo que el destino tenia entre manos.
A las 12:30, salí a almorzar junto con Richard, en aquél viejo bar de la esquina, donde solíamos encontrarnos cada día. “Lo mismo de siempre?” preguntó la moza sonriendo. Ya era costumbre vernos a los dos sentados allí. Luego de un almuerzo bastante silencioso, nos retiramos tomados de la mano, para retornar cada uno a su trabajo. Cuando estábamos a dos cuadras de aquél bar, se volvieron frente a mi recuerdos de los diez últimos años de mi vida… estabas ahí..! Completamente segura… eras tú! El día más esperado durante tantos años, frente a mi, la razón de mi vivir, y a la vez la razón de una eterna agonía. Cabellos oscuros, alto y delgado, ojos color café; abrazada a ti, una mujer rubia, con una silueta casi perfecta, ojos color verde. Justo antes de dos metros me frené, sorprendida, con una mezcla de alegría, de fascinación al mirarte, pero a la vez de miedo, de dolor y de un rencor profundo. Alertado de esa rara situación, tus ojos encontraron los míos, y fue ahí donde te diste cuenta que ese día había llegado. Con temor nos acercamos, y como viejas épocas, solo un “hola” pronunciamos. Tanto tiempo! Dijiste en un tono alegre. Kathy ella es Alice, me presentaste a esa bella mujer que iba de la mano en tu compañía. Asentí con la cabeza, y a continuación dije: Richard el es Jack. Quedamos los cuatro en silencio. Continué, intentando disimular el nudo de sentimientos que me escapaba por la piel, ¿qué haz hecho estos últimos años? Me contaste que trabajabas dentro del mercado del arte, eras un importante pintor, que tenías una galería sobre las calles Independencia esquina Florida. Que te habías casado con Kathy hace 2 años. Yo te comenté acerca de mi rutinaria vida. Nos despedimos con un “hasta pronto” y desapareciste entre tanta gente.
Ese día no volví a trabajar, me fui a mi casa, y ese nudo de sentimientos comenzó a estallar. Me sentía como si estuviera en la nada. Richard al volver de trabajar sabía que algo me había pasado… insistió en saber que era lo que realmente sucedía, pero cómo explicarte que ese día me había encontrado con la persona por la que mi corazón aún seguía latiendo, por la que tanto amor aún seguía sintiendo?
Tres días pasaron, pero parecieron años; invadida por una terrible incertidumbre, nada era como yo había soñado alguna vez. Ese día tuve que elegir: ir al bar para almorzar con Richard o buscarte para intentar darle un sentido a todos estos años.
Eran las 12 a.m., las agujas del reloj se desplazaban con velocidad, el tic-tac retumbaba en mi cabeza… salí de la oficina, dos rumbos que elegir.
Corrí sin mirar, crucé las calles atormentada, las lágrimas en mi rostro se deslizaban sin cesar. Y llegué ante una construcción antigua y hermosa, continué corriendo sin pensar, subí tantas escaleras que ya ni recuerdo, y te ví, estabas de espalda: “Jack” pronuncié agitada, en centésimas de segundos giraste tu rostro y me regalaste una sonrisa misteriosa. “Alice” dijiste sorprendido, ¿sucede algo?, preguntaste desconcertado. ¿Por qué? ¿Por qué me hiciste eso? Mi voz se entrecortaba de dolor. ¿Por qué nunca me buscaste, nunca me escribiste? Tomaste mis brazos intentando calmarme. “Te mandé cientos de carta, una por cada día durante un año, jamás recibí respuesta, estaba desesperado, no podía creer el hecho de que tan rápido me habías olvidado. Quise dejarte atrás, empezar con mi vida”. Espera! Frené su discurso, jamás recibí cartas tuyas, cómo puede ser?
Tus ojos se llenaron de lágrimas, “juro que lo hice”. Nos abrazamos con tanta fuerza, que mi corazón parecía escapar de mi pecho.
Te extrañe tanto! Yo mucho más, me afirmaste. Ya no te alejes de mi vida, estar sin vos es una infinita agonía…
Quinta Parte
“Silencio, deja que con un beso descubra tus secretos, que nuestras miradas sean un placer sin límite y, que ese silencio, sea nuestro cómplice de amor y deseo...”
Anónimo
Salí de aquél bello salón de artes y fui lo más pronto posible a lo de mis padres. Con los ojos inundados de dolor les pregunté si alguna vez habían recibido alguna carta que no les correspondía, se miraron entre ellos y mi madre abrió una vieja cajonera con un gran paquete, allí dentro estaban todas y cada unas de las cartas que juraste haberme enviado. “Consideramos que era lo mejor para ti”, dijo mi padre. ¿Lo mejor para mi?, ustedes no sabían lo que realmente me hacía bien, jamás se preocuparon por saber lo que yo sentía, lo que yo quería. Buscaron lo que les convenía a ustedes. Mi madre ofendida y con un tono de dolor, dijo: “Después de todo… para que quieres esto?, tu eras chica, no sabías nada sobre amar, ahora estas disfrutando lo que se llama Amor, te estás por casar, y éstas cartas ya no tienen sentido, tienes que quemarlas…”. Esta vez déjame decidir a mi sobre qué hacer con ellas! Y por favor no opines más sobre mi vida, yo sé muy bien lo que hago. Di media vuelta y me fui sin siquiera decir adiós. Lo cierto es que no sabía que hacer con mi vida.
Llegué a casa con el tiempo justo de leer algunas cartas y esconderlas antes de que Richard regrese de su trabajo. Tú tenias razón, me escribiste, me recordaste… y estoy segura que me amaste tal como lo habías afirmado.
Otra noche más, acostada junto a Richard, fría y con miles de pensamientos dando vuelta en mi cabeza. “Te espere en el bar”, dijo él. Disculpa, estuve muy atareada con el trabajo, y no pude ir, apenas pude comer una viandita que me dejó mi secretaria, contesté. Buenas noches le dije, y me dormí.
Amaneció, como todos los días desayunamos y fuimos a trabajar. Sentada en mi oficina, sin siquiera saber lo que estaba haciendo, el teléfono comenzó a sonar. Hola!, una voz gruesa del otro lado me dijo “Necesito verte”. Jack? Pregunté sorprendida. “Te espero esta tarde a las 7 en la galería, en el mismo lugar donde fuiste ayer, necesito que veas algo, puedes ir?” Bastante obnubilada contesté rápidamente que allí estaría, después tendría que pensar como hacer para ir sin que Richard lo sospeche. “Te espero, por favor no faltes”, dijiste. Sin duda iría. Esa mañana pasó muy lenta, fui a almorzar con Richard como todos los días, un gran silencio nos invadía. “Esta tarde voy a la casa de Ruth a tomar el te”, le comenté. “Bueno, no hay problema… te espero para cenar?, respondió”. No, no me esperes, tenemos tanto de qué hablar que dudo llegar a la hora de la cena, contesté sonriendo.
Me era raro mentirle, nunca solía hacerlo… mas no tenía otra opción.
7 p.m. salí del trabajo, me subí al auto y fui a tu encuentro. Con una sensación extraña como a la expectativa de qué ocurriría, subí lentamente las escaleras. Era invierno, anochecía temprano, había apenas una luz prendida, en aquél lugar donde te encontré ayer. La puerta estaba semi abierta, entré sin siquiera hacer ruido, y tú dijiste: “pasa, te estaba esperando”.
Comencé a mirar a mi alrededor, con los ojos bien abiertos, sin poder ni pestañar… colgados en la pared, decenas de cuadros con mi rostro. “Te quedan dudas de cuánto te extrañé, y de lo mucho que pensé en vos?” preguntaste con una tímida sonrisa. Mis lágrimas comenzaron a caer… Sin pensarlo corrí a tus brazos, y mirándote a los ojos te di un beso apasionado. Tantos años esperando este momento, soñando con este beso.
Me sentaste sobre la mesa, y comenzaste a quitarme lentamente la ropa. Piel a piel, nos amamos como aquella vez, o quizás mucho más… ese momento fue eterno. No tengo dudas... Nací para amarte, y voy a morir amándote…
Sexta Parte
"Besos que vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá".
Miguel de Unamuno
Nos despedimos, esa noche regresé a casa con una extraña alegría; era como si no podía ser feliz completamente por ese tan ansiado reencuentro; claro está porqué sucedía eso… yo no era así, había sido fiel toda mi vida, odiaba toda clase de engaños, y aquí estaba yo, engañando al hombre que día a día se desvive por hacerme feliz. Aún así, tanto esperé este momento, que siento nada fue en vano.
Pasaron los días, Richard me veía cada vez más distante que le era difícil no pensar que algo extraño en mi estaba pasando. Mientras tanto, tu y yo, seguíamos teniendo encuentros a escondidas, llenos de amor y dulzura, y de una pasión incontrolable. Llamadas a escondidas, cartas que juran un amor por siempre, miradas de una cómplice aventura, horas repletas de besos eternos… estabas ahí, como si fuese un sueño del que no quiero despertar jamás.
Tenías una gran seguridad que lo nuestro iba a funcionar, que íbamos a ser felices por siempre, como lo habíamos planeado diez años atrás. Yo tenía miedo, miedo de volver a sufrir, de que la distancia nos separe, y entrar en una agonía que ni Dios sabe hasta cuándo duraría. Estabas dispuesto a dar todo por mi, y a dejarlo todo también.
Una mañana como todas, llegué a la oficina y vi sobre mi escritorio una rosa con una nota. Con cierto asombro recogí la nota y leí: “Tengo el camino libre para amarnos sin límite. Espero tu llamada”. Sin dudar, y con una extraña sensación, te llamé. ¿Qué sucedió? Pregunté anticipándome a cualquier comentario, y sabiendo la respuesta. “Hablé con Kathy, la relación entre los dos era ya muy fría, no compartíamos momentos, y mucho menos sentimientos. Te amo a vos Alice, a nadie más que a vos, y yo te dije que íbamos a ser felices por siempre, y sé que esta situación de vernos a escondidas no nos hace muy felices, sé cuánto te duele que haya otra persona en mi vida, y yo quiero que seas vos quien duerma en mi cama, a quien vea cada mañana…”. Pero… ¿cómo está ella? “Y… no fue fácil para ninguno de los dos, uno ciertamente se acostumbra al otro, y duele que ese para siempre que nos dijimos alguna vez, llegó a su final… pero todo esto es para la felicidad de ambos, espero que ella encuentre alguien que pueda amarla de la forma en que yo no lo pude hacer”… Anonadada, completamente desorientada me quedé en silencio. “Luego te llamo, respondí y corté”. Era como si todo empezara a tomar una forma que era difícil de explicar… sabía que tenía que tomar una decisión, pero todo era tan complicado. Tenía al amor de mi vida frente a mi, pero no podía dejar que nada dañara a la persona con la que compartí tantos momentos, la persona que me ama incondicionalmente. Pero… podría dejarte ir otra vez? ¿Podría aguantar una despedida? A dónde lleva todo esto? No puedo seguir engañando a Richard, es lo único que tengo claro… y seguir a su lado es un engaño, porque no lo amo como pensé alguna vez que podría llegar a hacerlo… es hora de tomar una decisión.
Pasó una larga semana, no te vi, y esquivé tus llamados. Tenía tantas ganas de que todo fuera diferente, todo más fácil. Richard buscó mil maneras de recomponer la relación, de verme sonreír entre sus brazos como solía hacerlo. Nada andaba bien… tres personas, y un solo sufrir.
Y siguieron pasando los días, dejaba pasar el tiempo como si todo fuese a solucionarse. Intenté una y mil veces hablar con Richard y no tuve el coraje suficiente.
Era viernes, salía de la oficina y allí estabas tu, con una mirada inocente y a la vez traviesa, con ojos llenos de brillo y esa simpatía que te caracterizaba. “Te extrañaba tanto” dijiste sonriendo. “Yo también te extrañé, pero necesitaba pensar”, le contesté. “Si lo entiendo”, respondiste. “¿Quieres ir a mi casa?” Preguntaste tímidamente. Y no me pude negar, mucho menos resistir.
Llegamos y pude percibir que tenías un precioso hogar, pequeño y acogedor. Propio de un gran artista como lo eras tú. “No me saludaste!” dijiste con picardía, nos besamos con ternura.
Por acto instintivo miré hacia la ventana, una imagen borrosa de un hombre de traje miraba obnubilado, con ojos llenos de rabia y dolor. No podía ser… quiero creer que no lo es.
Séptima Parte
“Es duro, es doloroso, no ser amado cuando se ama todavía, pero es bastante más duro ser todavía amado cuando ya no se ama.”
Georges Courteline
Corrí rápidamente gritando “Richard!”, abrí la puerta, me miró con tanto odio y me dijo: ¿Por qué me hiciste esto? ¿por qué tú? Con mis ojos empapados de lágrimas sólo pude decir: “Perdóname, por favor”. “No, calla, no quiero escucharte, ya no quiero verte. Tanto tiempo ocultándome esto, te acuestas con cualquiera, y soy yo quien te ama, quien se desvive porque seas feliz, se ve que no bastó, que no alcanzó mi amor, pero quédate tranquila que te dejo el camino libre”. Dio media vuelta y se fue, “espera” le grité. El respondió: “Nada de lo que digas va a quitar el puñal que tengo clavado en mi corazón, me engañaste Alice, nunca te voy a perdonar, así que no hay nada más que hablar, vete con él, para mí ya estás muerta”. Y lo ví perderse en la niebla.
Esa noche lloré como nunca, sentí que me desangraba de dolor. Era como si toda mi vida se viniera en mi contra. Intentaste consolarme, pero yo quería estar sola. Me fui de tu casa, caminando sin rumbo.
Luego de varias horas, fui a lo de mis padres, no pude escapar de contarles la verdad, tarde o temprano se iban a enterar y prefería ser yo quien les dijera la verdad. Su primera reacción fue de regaño, pero luego intentaron entenderme. “Todo esto es nuestra culpa”, dijo mi madre con cierto dolor. Intentamos buscar siempre lo mejor para ti, pero en cierta manera era lo mejor para nosotros. Si no te hubiéramos presionado para comprometerte con Richard quizás esto no estaría pasando, si tan sólo te hubiera entregado aquellas cartas… lo cierto es que ya no podemos cambiar el pasado. Tú ya tomaste una decisión y nosotros te vamos a apoyar sea en lo que sea. Queremos remediar nuestra equivocación… Quédate esta noche aquí, y mañana podrás hablar bien con el“.
Esa noche me invadió un gran desvelo, y mis lágrimas no cesaron de correr.
Amaneció temprano, me armé de valor y regresé a casa para hablar con Richard. No buscaba un perdón, sabía que nunca me perdonaría, ni siquiera yo podría perdonarme a mi misma. Entré con temor, y en silencio. Richard? Pregunté. Sigilosamente entré a la habitación, la cama estaba armada, quizás el había decidido salir temprano. Las puertas del placard estaban abiertas, su ropa ya no estaba. Junto a la cama había una nota: “Alice: Por años busqué tu felicidad, pero no fui yo quién la encontró. Me voy a ir para que puedas hacer tu vida, y espero yo poder recomponer la mía. Siempre te amé con todas mis fuerzas, quizás me equivoqué, quizás no lo merecías, pero fui feliz mientras estabas solo en mis brazos, no creo poder volver a amar como te amé a ti, sólo espero poder ser suficiente para alguien”. Richard.
Lloré sin compasión… lloré como nunca sentada en el suelo de aquella, nuestra habitación. No merecía esto, le devolví años de amor con engaño y traición. Ya no sé quien soy realmente, jamás voy a poder olvidar esto, jamás voy a perdonármelo. No tengo palabras para describir tanto dolor. Llorando, con una herida desangrando, sobre la alfombra y con la nota en la mano, horas después me quedé dormida.
Anochecía, me preparé un te, cuando alguien llamó a la puerta. Fui a atender y ahí estabas tú, para ofrecerme un cálido y reconfortante abrazo. “Todo estará bien”, me juraste. Quién sabe cuánto duro ese abrazo, pueden haber sido minutos, pero para mí fue una eternidad… una eternidad a la que me quería aferrar. Allí es donde me siento segura, donde encuentro toda la felicidad. Estreméceme en tus brazos y no me sueltes jamás.
Continuará...
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